Es muy preocupante, e incluso alarmante, el desapego, el desinterés y la frialdad de la sociedad ante todo lo que tenga tenga que ver con la política y con los políticos. Una situación que se ha generado como consecuencia de que, tanto los miembros del Gobierno como los de la oposición, todos, sin excepción, solo miran por sus intereses y lo hacen con tanto descaro que lo único que parece preocuparles es salir en las fotos para ganar notoriedad y captar potenciales votantes que es, es definitiva, su máxima prioridad.   Lejos quedan ya los tiempos en los que vivíamos apasionadamente las elecciones y acudíamos a votar, alegremente, a una siglas y a sus líderes. Una siglas que representaban progreso y libertades, y unos líderes en quienes depositábamos nuestra confianza en la creencia de que iban a responder a nuestras expectativas y casi nunca nos defraudaban.   No sé si los políticos actuales son conscientes de este desapego y de las causas que lo están provocando, pero sería muy conveniente que lo analizaran a fondo y que no estuvieran tan obsesionados por subir en intención de voto y en lograr más cuota de poder.   Por unas u otras razones, lo cierto es que a una gran mayoría de los políticos en activo les falta el carisma necesario que nos pueda animar a recuperar las ilusiones y las esperanzas, que, desafortunadamente, brillan por su ausencia.